sábado, 1 de noviembre de 2008

Un domingo cualquiera

La tarde era gris, casi negra. Recuerdo que llovía.
Un momento, otra vez esa estúpida manía de intentar dar emovtividad hablando en pasado. No lo recuerdo, lo sé. Está lloviendo en este momento. La tarde es gris, casi negra. Dentro de pocos días eso no me importará, lo se. Pero aun queda sabor a verano entre mis muelas. El cambio horario me ha pillado por sorpresa. Desperté de la siesta, y ya era de noche. Y aqui está esa terrible sensación de haber desperdiciado el día. Pero, ¿por qué? sigue siendo la misma hora, aunque no haya luz. Lo se, pero la sensación está ahi. En momentos como este recuerdo cuando mi padre (que en paz descanse) me contaba como a su tío, aun después de amputado, seguía picandole la punta del pie, y me deja ver que las sensaciones no son exactamente ventanas a la realidad.

Las gotas de lluvia taladran literalmente el techo de uralita del comedor. Ese magnifico techo de uralita que convierte mi comedor en un invernadero en verano y en un frigorífico en invierno. Frente a mi, un reloj parece esperar algo. Su péndulo se balancea de un lado a otro como la pierna de un muchacho que espera a su chica en la primera cita. Derecha, izquierda, y vuelta a empezar. No veo nada, me niego a dar la razón a la naturaleza y encender las luces tan pronto. Las 6 de la... ¿noche? Es curioso, de joven solía utilizar esas palabras para referirme a la hora que volvía a casa después de una de esas noches mata-neuronas, jamás para la hora de la merienda.
Doy otro bocado a mi sandwich de atún. Creo que me he pasado con la mayonesa ¿Cómo no?.
Ahora leche con galletas, para bajar el sandwich.
En la cocina, mi madre prepara algún postre. Leche con galletas y mi madre haciendo un postre en la cocina. Me vienen recuerdos de mi niñez. Solo que ahora es ella quien está bajo mi techo, y no al revés. Aunque sige siendo ella la que pone las normas. Es curioso como luchamos para cambiar las cosas cuidadosamente de manera que sigan siendo iguales. Desearía que mi padre estuviera arriba, en su habitación, como siempre, aprendiendo a tocar la guitarra después de 50 años de aprendizaje. Pero la vida ha seguido adelante. Ahora es mi hijo quien está arriba, en su habitación. Demasiado tiempo para mi gusto, por cierto. Está muy raro, y solo me habla para gritarme. Eso me asusta, yo era asi en mis tiempos. No quiero que acabe como yo.

Si mojo otra galleta, no me quedará leche suficiente. Me gusta beberme el ultimo trago de leche. No me gusta absorber toda con las galletas, se me queda la boca muy dulce.


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