viernes, 10 de octubre de 2008

Rios de agua, barro, ratas y gente de piernas débiles

La noche era cálida en las calles de Río de Janeiro. Mientras tanto, en Benalmádena (Málaga - 29631), el sol brillaba con todo su explendor... eso sí, sobre las nubes.

Mi primo y yo nos encontrabamos como cualquier tarde de lluvia enseñandonos nuestras últimas canciones.

- Esas notas son disonantes. - dijo él - Debería ser un La.
- ¡Bah! No tienes ni idea - dije yo.


*(El siguiente fragmento del texto se perdió debido a la humedad causada por las fuertes lluvias aquel jueves 9 de Octubre de 2008 (día mundial de la ceguera). Por suerte algunos trozos pudieron recuperarse. Parte de la narración ha tenido que ser inventada por nuestros trabajadores puesto que fue imposible de descifrar)

... ¡Oh no! las alcantarillas habían vuelto a desbordarse. Nada inusual en este pueblo a decir verdad. Cuenta la leyenda que hace 30 años tuvo que entrar en vigor una ley que prohibía vaciar los cubos de las fregonas en las calles debido al mal funcionamiento del sistema de alcantarillado.

El agua amenazaba con colarse por el tubo de escape de nuestro coche, impidiendo así la expulsión de gas nocivo a la atmósfera.
- Éste diluvio tiene que ser obra de Satán - dijo mi primo, quien parecía algo excitado (no sexualmente claro).
Las ruedas del vehículo luchaban por salir a flote, el río era tal que sobrepasaba las lindes de la carretera, invadiendo el carril contrario, y parte de la acera.
-¿Qúe hacemos ahora?- Pregunté.
Tal vez, si mi primo me hubiese hecho caso y hubiese comprado el Chiti chiti bam bam en vez de dejarse llevar por el bonito acabado plateado de su peugot 306, no nos veríamos en semejante disyuntiva.
-Pues ir al Decathlón, si te lo he dicho ya -respondió el con aires de superioridad.

La calle estaba desierta, aunque llena de agua -¡menuda contradicción! -. Tan solo algunas osadas marujas se atrevían a salir en busca de sus niños a la salida de clase.
Algo me llamó la atención en la ventanilla delantera derecha. Un hombre barría la calle frente a su negocio. Comprendo que esparcir el agua por el suelo favorece a su evaporación y facilita la absorción por parte de la tierra pero, por el amor de Dios, la cabeza de su escoba se hundía en aquel charco como soldaditos de plomo en una bañera. Aquel tipo parecía un gondolero.

Mientras barría, avanzaba, como si tratase de alejar algo de su tienda. Al llegar a la altura de unas muchachas, estas pegaron sus espaldas a la pared y se pusieron de puntillas, quizás, en un extraño intento de colgarse en un perchero. Su cara expresaba terror, y miraban directamente a aquello que el hombre barría. Aquello me hizo sentir curiosidad, y me fijé mejor. ¡Era una rata! Seguramente expulsada en volandas de alguna alcantarilla por la fuerza del agua, como si de un dibujo de la Metro se tratara.

Esa rata se defendía como una autentica fiera. Entre golpe y golpe de escoba se las arreglaba para revolverse y dar la cara a su atacante, abriendo tanto su boca para mostrar sus dientes, que bien podría verse el final de su cola a través de su garganta.

-PIIIIIIIIIIIIIIII - dijo el coche.
Aquel pitido me apartó la vista de la curiosa escena ratonera.
A la derecha, una cuesta bajaba de la montaña hasta unirse con la rotonda que se encontraba frente a nosotros. Aquella cuesta traía una de las mayores corrientes de agua que hubiera visto jamás.

De pronto caí en la cuenta de por qúe mi primo había apretado el cláxon. Esa gran corriente arrastraba a un hombre. El tipo desapareció por la izquierda, siguiendo la cuesta que llevaba al mar.

-¡Tio! ¿Has visto a ese tío? - exclamé - La corriente lo ha metido en la rotonda y lo ha seguido arrastrando.

-Si, y yo tenía preferencia. - dijo enfadado mi primo -

Y fueron felices y comieron perdices.

*Lo sentimos, los textos encontrados solo han sido descifrables hasta aquí. Nuestros trabajadores han tenido que idear un final que no cambiase en absoluto el rúmbo de la historia y tras mucho trabajo decidieron que ésta era la mejor forma de terminar.

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